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Mañana, 22 de diciembre, es el esperado Sorteo de Navidad, el gordo, día que todo el mundo sueña que el niño o la niña de San Ildefonso cante uno de los números que ha comprado.

El décimo del trabajo, que no sea que le toque a los compañeros y a mí no; las participaciones de los colegios de los niños, tienen que hacer el viaje de fin de curso; las entidades del pueblo, pobres que tienen pocos recursos; la lotería de las tiendas del barrio, clubes de fútbol, baloncesto… y así sin darte cuenta te gastas una fortuna en ilusiones.

Mañana, por la mañana, es el día de las ilusiones. Es la mañana de aquello que haría si me tocara el primer premio. Es el día de poner el cava en la nevera, por si acaso fuera uno de los afortunados. Es pensar que respondería a los de la tele, porque la popular frase «para tapar agujeros», como dice todo el mundo, está muy usada.

A medida que van saliendo los primeros premios las ilusiones se centran en los premios menores: «bien, quizás me tocará el cuarto o el quinto…” y finalmente acaba el sorteo deseando que al menos tengas uno de la pedrea…

Al mediodía y durante toda la comida en la televisión dan reportajes especiales de todas las administraciones, trabajadores de empresas y entidades afortunadas con los premios grandes, y uno con un poco de envidia piensa: «yo habría dicho o hecho tal cosa».

Compras la edición especial del diario para tener la lista y buscas tus números… ¡Nada! como siempre sale uno más o uno de menos que el tuyo. Acabas harto, con un montón de papeletas apartadas, piensas que se lo mire otro por si te has equivocado. Verificadas nuevamente las papeletas y rotas por la mitad, calculas más o menos lo que te has gastado y piensas convencido que el año que viene no jugarás nada.

Por la tarde, más calmado, te acabas diciendo la famosa frase: «Mientras que tengamos salud… podremos ir trabajando para tapar agujeros».

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